El legendario mito del rapto de Europa y de cómo Zeus, todo un Dios, se enamoró de ella y tuvo que adoptar la forma de un esbelto toro para engañarla con el fin de poder obtener sus favores, aparece como anillo al dedo para describir el paralelismo que esta historia mitológica está teniendo en importantes episodios de la historia reciente de Europa. Unos tiempos marcados por una grave crisis económica y financiera que erosionan, cuando no guillotinan, los principios y valores sobre los que se ha ido construyendo la Unión Europea y en los que la idea de Europa no estuvo tan ‘al pie de los caballos’ como hasta ahora.

Pareciera como si de un mal sueño se tratase, pero nada más lejos de la realidad. Los graves problemas financieros por los que están pasando Grecia, Portugal o Irlanda, pendientes de un rescate que se discute cada minuto que pasa y que se aleja, cada vez más, de la necesaria solidaridad entre los pueblos, y entre los gobiernos que los representan, son un claro ejemplo. La pantomima que se está viviendo como respuesta política ante el movimiento de democratización y liberación en los países del norte de África, que se materializa en una limitación de la libertad de circulación en el seno de Europa de los inmigrantes procedentes de dichos países, pone en entredicho cualquier política seria y solvente de vecindad. La urgencia electoralista de los gobiernos y su giro hacia escenarios ajenos a la tolerancia, la solidaridad y la justicia social sitúan la construcción y a la ciudadanía europea ante un presente y un futuro, cuando menos, incierto; para algunos, ya inexistente. Ni que decir tiene que la falta de políticas coordinadas contra la crisis económica y de un plan específico para luchar contra los 23 millones de parados existentes en la UE, de los cuales casi cinco están en España, es síntoma de la falta de visión política y de un inviable liderazgo europeo.

Un auténtico deslizamiento en ‘caída libre’ que es necesario primero frenar y después recomponer; y que necesita, tal y como recoge el ‘Manifiesto de Sevilla’ de mayo de 2007, “un mayor compromiso a favor de más y mejor Europa”.

Con tal objetivo, y bajo el lema ‘Movilizarse por una Europa Social’, la Confederación Europea de Sindicatos ha celebrado su XII Congreso entre los días 16 y 19 de mayo en Atenas. Una cita, de vital interés para el movimiento sindical europeo, que se ha desarrollado precisamente en un país que está ahora en el ojo del huracán y cuya sociedad está pagando la errónea gestión de una crisis provocada por el sector financiero.

Un foro sindical de alto nivel, cuyas organizaciones y federaciones representan a más de 60 millones de trabajadores, que se ha reunido en un contexto en el que las políticas de ajuste y recorte de derechos de los trabajadores están provocando un grave retroceso social, además de suponer un grave lastre para la recuperación económica de los países. Auténtico desafío que afronta el movimiento sindical europeo en un momento difícil y complejo tanto para el sindicalismo como para el proyecto de integración política, económica y social que significa la Unión Europea.

Y cuyo éxito pasa, con toda probabilidad, por ser capaz de trasladar, de manera clara y transparente, lo que está en juego. Los trabajadores y trabajadoras tenemos que ser conscientes de que el futuro de nuestros derechos depende de la movilización y participación que seamos capaces de desarrollar. Por eso es el momento de convertir nuestra indignación en la base de un necesario liderazgo colectivo del que hoy carece nuestra sociedad. Debemos pasar de un malestar silencioso a la acción, y con ello, exigir que para salir de la crisis son necesarias políticas basadas en la justicia social.

Frente al déficit ético y la inexistencia de valores y controles, que han originado la crisis económica, los trabajadores y trabajadoras debemos contraatacar con compromiso, participación, responsabilidad y rebeldía. Porque, en realidad, exigir que la salida a la actual crisis se realice de una manera equilibrada es un acto de justicia que requiere nuestra rebelión. Promover la solidaridad no sólo es un ejercicio de coherencia entre los trabajadores, sino de respeto y reconocimiento para con los millones de personas que sufren los efectos negativos de esta crisis.

Rebelarse frente a la destrucción del sueño de Europa y el rapto de la democracia es imprescindible para defender nuestra dignidad.