A diario, desde que nos levantamos para iniciar la jornada laboral, nos vemos sujetos a una serie de condicionantes que marcan nuestro camino profesional así como personal.
La decisión de cómo vestirnos se encuentra sujeta a la hegemonía de nuestra agenda pues, en función de cómo tengamos programado el día y las actividades que desarrollaremos a lo largo de él, optaremos por una u otra indumentaria, siempre acorde con las situaciones a las cuales tengamos que enfrentarnos. Evidentemente, todo dependerá del sector en el que nos movamos, la profesión marcará de forma innegable nuestra vestimenta.
Lo habitual es realizar toda la jornada laboral dentro de la oficina y, como mucho, tener que salir a hacer alguna visita. Bien, en cualquier caso, el vestuario más adecuado tanto para hombre como para mujer es el traje de chaqueta y pantalón.
Las mujeres contamos con una ventaja, que es la opción de elegir entre pantalón y falda, eso sí, cuidando que la altura de la misma oscile entorno a la rodilla; lo más recomendable es llevarla justo por encima o justo por debajo de ésta ¡nunca a mitad del muslo! Ya no estamos en el colegio o en la facultad. Por supuesto, nada tiene que decirse de la falda larga que, aunque nos evitará situaciones embarazosas, puede provocarnos cierta incomodidad a la hora de contar con mayor agilidad de movimiento (recuérdense las Geishas).
Por no abandonar el tema y siguiendo la regla de prioridad del sexo femenino, continuaremos tratando la indumentaria de la mujer. Las modas van a determinar en muchos casos la elección de los diseños del traje. Nadie es quién para establecer qué o qué no debe llevarse, simplemente es cuestión de atenerse al sentido común, el buen gusto y la sensatez, evitando aparecer en la oficina con volantes y flores colgando, por poner un ejemplo. Más que nada, la elegancia reside en la sencillez y el saber estar adecuándose a cada situación. Seguro que esos estupendos volantes, flores y plumas quedan muy lucidos en una fiesta o cóctel.
Los colores más apropiados son los que yo clasifico como “de uniforme”, ya que por su adecuación sistemática, en numerosas ocasiones se convierten en los tonos más usuales. Estos son:
El azul, aunque no en su completa variedad. Recuerden que las tonalidades más chillonas como turquesas, plateadas o los tejido brillantes deben excluirse de esta esfera.
El gris, que sí admite todas sus pluralidades cromáticas.
El negro quedó bautizado desde tiempos muy remotos como el color de la elegancia. Pero sepa usarlo, pues su oscuridad se corresponde más con la noche que con el día.
El beige y el tostado son colores ideales tanto en invierno como en verano. Al ser unidades cromáticas muy neutrales, combinan exquisitamente con cualquier otro color e incluso entre ellos mismos, y son un acierto en todo acontecimiento.
El marrón, para la mujer, es un color muy apropiado que viste en otoño e invierno formidablemente.
El verde es igualmente un color elegante. Su variada gama lo hacen muy acertado en cualquier estación del año, si bien, el oscuro es más oportuno en estaciones frías y los claros lucen más en las cálidas.
No obstante, lo mejor es combinar los colores más tradicionales o “de uniforme” con los restantes. Algunas recomendaciones:
Los malvas, lilas, violetas y morados, son muy particulares y su empleo se acerca bastante al del verde, aunque con ciertos matices.
Colores como el rojo, el rosa, el naranja o el amarillo es más oportuno combinarlos con los anteriores. Esto se debe a la fuerza que tienen por la ausencia de luz en su composición, lo que provoca una sensación de bombilla barroca si se abusa de su puesta en una misma composición.
El blanco es un color que sienta maravillosamente en la época propicia para su usanza, el verano. Excepciones: la camisa blanca es la prenda clásica y moderna, atemporánea y eterna por excelencia. Asimismo, una camiseta o un jersey, sobre todo de cuello cisne y sin mangas, son prendas únicas aún en el más puro invierno.
Existe un innumerable surtido de tejidos sobre los cuales no voy a hablar. Sólo un consejo: aquellos que brillan como el satén, no los lleven para trabajar, están más indicados para eventos destacados como fiestas, cócteles o reuniones de sociedad, especialmente si éstos se producen al final del día.
El hombre, aunque cada vez menos, tradicionalmente ha estado más limitado a la hora de vestir. Ya el simple hecho de no poder cubrir sus piernas más que con el pantalón, le confiere una desventaja muy notable con respecto a la indumentaria femenina. En cualquier caso el hombre moderno, o clásico, pero de hoy en día, puede bucear dentro de un profundo mar de oportunidades sin alejarse del “saber vestir”.
Las indicaciones que doy son semejantes a las de la mujer:
El azul oscuro, para el traje de caballero, es todo un clásico. Últimamente, es usual una coloración más clara que sienta magníficamente.
El gris es el color de traje masculino por antonomasia en cualquiera de sus expresiones.
El negro nunca lo lleve durante el día pues es el eterno noctámbulo.
Los beige y tostados, son más acertados en épocas primaveral y estival.
El marrón, en auge hace tiempo, quedó desterrado del armario masculino. Algunas tiendas de ropa lo han vuelto a poner de moda recientemente; en mi opinión es mejor no hacer uso de él.
Con el verde ocurre lo mismo. Es un color muy particular para traje. Sin embargo, es estupendo para chaqueta de sport o pantalón de pana en un estilo desenfadado tipo casual.
De lo que no cabe duda es que si quiere usted ir hecho un dandi, incluya en su guardarropa un traje “Príncipe de Gales”, su elegancia, clase y estilo son impecables.
Por supuesto, de los restantes colores no hago comentario alguno. No puedo imaginar trajes semejantes.
El rito de los colores, tanto para la mujer como para el hombre, debe corresponderse con: colores claros para la mañana y según vayan aumentando las horas del día, en consonancia, iremos oscureciendo nuestra ropa. Evidentemente la inmensa mayoría de las personas no se cambian de traje y llevan uno de un color por la mañana y otro distinto por la tarde. Mi consejo es que si usted prevé una visita, reunión, comida o cualquier acto destacable dentro de su plan de trabajo, adecue su vestimenta a las horas a las que éstos se van a producir. Así, si sabe que el lunes a la una del mediodía tiene planificada una visita a una compañía, decántese por tonos claros en su indumentaria. Por el contrario, si se avecina la presentación de una campaña de publicidad después de las siete de la tarde y no tendrá tiempo de ir a su casa a cambiarse para asistir a la presentación con copa de vino posterior, opte por un traje de gama oscura. Así de simple.
LA CAMISA
De la mujer poco más hay que hablar, todo ha quedado concentrado en los primeros párrafos. El hombre, en cambio, ofrece más juego en el momento de seccionar cada uno de los elementos que componen su vestimenta.
La camisa permite diseños tan variopintos como que sean lisas, a rayas o de cuadros. Los dibujitos o adornos florales no tienen cabida aquí, de modo que resérvenlos para la ropa interior si es su gusto. El dilema reside en la combinación de estas candidaturas.
LA CORBATA
La corbata sí es el mundo de la fantasía, ya que admite tantos y tantos diseños como la mente pueda imaginar. Obviamente, el condicionante es el mismo que para las camisas: el juego de su composición en el conjunto del vestuario.
LOS ZAPATOS Y LOS CALCETINES
Como bien sabe todo el mundo, el calcetín es la prolongación del zapato, de modo que no rompan la armonía entre ellos con mezclas y otras rarezas.
Los zapatos deben guardar armonía con el pantalón que se lleve. Para la mañana o para la tarde el negro o el marrón es lo mejor. El elegante, como de costumbre, el negro.
COMBINACIONES EN SU PUNTO
Con traje a rayas, nunca camisa ni corbata iguales (las cebras en el zoológico).
Con traje Príncipe de Gales, camisa y corbata lisas.
Con camisa a rayas, nunca corbata a rayas.
Con camisa de cuadros, corbata lisa.
Con camisa lisa, corbata lisa, a rayas o de pequeños dibujitos.
Recomendación personal: eviten los anagramas visibles. Lo mejor es llevar un XXX sin que se sepa.