Es frecuente que, al socaire de una efeméride (aún está reciente el bicentenario del nacimiento de Dickens), se ceda a la tentación de desempolvar determinados hitos históricos, artísticos o literarios que no sólo han pervivido a lo largo del tiempo sino que, como consecuencia de las convulsiones políticas y sociales que sacuden al mundo, han recobrado una vigencia que creíamos desterrada en los últimos decenios, especialmente tras la segunda guerra mundial y sus atroces secuelas. Es el caso de la novela Los miserables (adaptada de nuevo al cine), un vasto universo sociopolítico, de cuya publicación se cumplen 150 años, descrito con lacerante realismo, por un titán del drama, el teatro y la poesía que contó con una fecundidad, una capacidad de trabajo y un tan continuo poder de creación, que “abrumaba a la vez al público y a las vanidades rivales” (Lanson).  Realizado su sueño (“ser Chateaubriand o nada”), Victor Hugo, que creía en la literatura como medio de transformar la sociedad, fue lo que se entiende por un ‘hombre público’: legitimista bajola Restauración, adherido posteriormente a la causa orleanista, demócrata  tras los acontecimientos de 1848 -fundación dela II Repúblicay establecimiento del sufragio universal- elegido diputado en las Constituyentes, combatió enérgicamente la política del príncipe-presidente, hasta llegar a la ruptura definitiva tras el golpe de Estado de 1851 y la proclamación de Napoleón III (Segundo Imperio), lo que le condujo al exilio. La desastrosa guerra francoprusiana (1870) le volvió a abrir las puertas de Francia; entonces fue a encerrarse en París, donde soportó el sitio; fue nuevamente elegido diputado, oponiéndose a la cesión de Alsacia y Lorena y predicando la reconciliación trasla Comuna. Veneradopor el pueblo, admirado como creador infatigable, amado como viejo luchador republicano, Hugo conoció la apoteosis, hasta tal punto que su cadáver estuvo expuesto toda una noche bajo el Arco del Triunfo a la luz de las antorchas; se le rindieron honras fúnebres nacionales y todo París le acompañó hasta al Panteón.

Pero, oigamos la voz del escritor: “Este libro, ¿es el cielo? No, es la tierra. ¿Es el alma? No, es la vida. ¿Es la plegaria? No, es la miseria. ¿Es el sepulcro? No, es la sociedad. En mi pensamiento, Los miserables no son sino un libro que tiene por base la fraternidad y el progreso por cima… La miseria nos incumbe a todos”. Asimismo, su discurso sobre la miseria enla Asamblealegislativa constituye un auténtico escándalo: “Soy de aquellos que piensan y afirman que se puede destruir la miseria. ¡No habéis hecho nada mientras que el pueblo sufre! ¡No habéis hecho nada por más que por debajo de vosotros hay una gran parte del pueblo que desespera! ¡No habéis hecho nada mientras que la usura devora nuestros campos, mientras la gente se muere de hambre en nuestras ciudades!…”.

Nos hallamos, pues, ante un mundo, un caos cuajado de digresiones, de episodios, de meditaciones: todo se halla en todo. El conjunto es una novela filosófica y simbólica en la que se describe la redención del individuo por medio de la expiación voluntaria. Como afirma el crítico Menéndez Salmón: “Un gran libro es aquel capaz de abolir la distancia entre el momento en que fue escrito y el momento en que es leído”.

Miguel Fernández de los Ronderos

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