Tras casi medio siglo de existencia, con una discografía amplísima y una intensa actividad que le permite ofrecer más de 100 conciertos cada temporada, el Tokyo String Quartet, nacido en la prestigiosa Juilliard School de Nueva York, ha decidido disolverse y retirarse del escenario internacional, aduciendo una razón convincente: la jubilación de dos de sus miembros y la constatación por parte de los dos restantes de la imposibilidad de sustituirles, lo que supondría, en palabras de Ismael G. Cabral, autor de las notas al programa, “contemplar el ocaso de una agrupación señera en la historia de la interpretación de la segunda mitad del siglo XX”. En su despedida, el Tokyo ofreció el “Cuarteto en Fa mayor, K.499” (Hoffmeister) de Mozart, obra de profundo apasionamiento, en donde el estilo contrapuntístico juega un papel esencial, a la que siguió el “Cuarteto de cuerdas 1905” de Anton Webern, uno de los integrantes de la II Escuela de Viena, quizá el que tuviese un mayor impacto en futuros compositores, pese al escaso reconocimiento de que fue objeto en vida. La histórica velada se cerró con una de las obras maestras de la música de cámara: el “Quinteto para piano y cuerdas en Fa menor, Op.34” de Brahms, con su dramático primer movimiento, el espíritu schubertiano del andante, el ritmo intenso y áspero del scherzo y el intenso lirismo del finale, con el protagonismo del pianista Javier Perianes, uno de los jóvenes valores más sólidos del panorama internacional.
Las ovaciones entusiastas del público que llenaba el Maestranza expresaban, no sin cierto aire de pesadumbre, el adiós a una agrupación cuya impronta en el complejo mundo de la música de cámara será difícil de borrar.
Zarzuela: Entre Sevilla y Triana
Había cierta curiosidad por conocer esta zarzuela de Pablo Sorozábal, estrenada en 1950, en la que se aborda la imagen de un andalucismo convencional no exento de cierta ‘modernidad’ -una madre soltera-, motivo éste por el que, según el buen director de escena Curro Carrés, la censura mostró su desaprobación, lo que no impidió que la obra conociese una posterior representación en Sevilla, al parecer, con éxito. En cualquier caso, Sorozábal que, según gustaba de afirmar, “vivía de tres mujeres: Katiuska, la Tabernera y La del manojo de rosas”, cuenta en su numerosa producción con obras de mejor factura, lo que induce a pensar que aquello de “injustamente olvidado” no es de aplicación en el caso de este sainete, producido por el Teatro Arriaga de Bilbao en coproducción de los Teatros del Canal de Madrid y el Maestranza sevillano. Por fortuna, la obra contó con un magnífico elenco vocal: Carmen Solís, soprano lírica de amplio registro, además de excelente actriz; José Julián Frontal, barítono de voz poderosa; Alejandro Roy, tenor de recursos en la bella romanza junto al puente de Triana; la mezzo María José Suárez, también gran actriz, con especial mención, asimismo, para el coro masculino, todo un ejemplo de profesionalidad. A todo ello, hay que añadir una coreografía y escenografías ingeniosas que, junto al entusiasmo del joven director Juan García Rodríguez al frente de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Sevilla y del Conservatorio Superior de Música Manuel Castillo, hicieron posible un ‘reestreno’ que, a buen seguro, habría hecho las delicias del maestro donostiarra.
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla: 8º Concierto de abono’
Imaginemos a un director ajeno a la partitura que tiene ante sí en el atril, tal si se tratase de un quehacer rutinario. Ésa es la insólita sensación -exceptuando la “Linz” mozartiana- que transmitió Michel Tabachnik, cuya larga trayectoria profesional, con presencia en las mejores orquestas europeas, así como su labor en pro de la difusión de la música contemporánea, justificaban unas expectativas inexplicablemente frustradas. La intervención de la joven y brillante violinista Rachel Kolly d’Alba, en sendas y virtuosísticas páginas de Ravel y Saint-Saëns, aportó frescura e intensidad a una sesión que, como digo, se presumía atractiva e interesante. MFR
Miguel Fernández de los Ronderos