“Aunque a los poetas nos gusta ser populares, también deseamos que nos paguen”

Miguel Fernández de los Ronderos
Miguel Fernández de los Ronderos

Breviarios de Rey Lear añade un nuevo título a su catálogo con la publicación -en esmerada traducción de  Susana Carral- de las ingeniosas reflexiones que Oscar Wilde nos legara  con motivo de sendos viajes realizados a Norteamérica, seguidas de una espléndida semblanza del poeta Walt Whitman y la influencia que su obra habría de ejercer en la literatura contemporánea.

Es fácil imaginar la impresión que produjo Wilde -pelo largo, calzón corto y medias negras- no sólo entre los estudiantes de Harvard sino en el Oeste, un territorio de mineros brutos y de vaqueros a quienes hace llorar al narrarles la historia de Romeo y Julieta. Merece la pena, pues, seleccionar  algunas de las impresiones que el encuentro con el Nuevo Mundo había de provocar en el gran escritor anglo-irlandés, víctima de la envidia  -el éxito ajeno se digiere mal- que suscitaban sus agudas críticas a una sociedad corrupta (“Un marido ideal”) en una época en la que la moral victoriana lo amparaba todo bajo el manto de la hipocresía. En su aventura allende los mares Wilde aborda la mentalidad del hombre y la mujer norteamericanos, su puritanismo o el impacto del circo de Buffalo Bill en la sociedad londinense. Leyendo entre líneas, con un estilo ágil y una ironía marca de la casa, Wilde despoja el relato de todo ornamento superfluo:

– La belleza aparece sólo en aquellos lugares donde el americano no ha intentado crearla. Cuando los americanos han procurado producir belleza, el fracaso siempre ha sido evidente.

– Si queremos comprender lo que es el puritanismo inglés -no en su peor aspecto (aunque es muy malo), sino en su mejor versión, que no es muy buena- creo que en Inglaterra no hallaremos muchos ejemplos, pero sí en Boston o Massachussets.

– En un salón de baile fui testigo del único método racional de crítica del arte que he encontrado. Sobre el piano había un cartel que decía: “Por favor, no disparen al pianista. Hace lo que puede”. En aquel sitio la tasa de mortalidad entre los pianistas es impresionante.

– Los españoles y los franceses han dejado como recuerdo la belleza de sus nombres. Los ingleses siempre bautizan los lugares con nombres terriblemente feos, caso de Grigsville (Villa Angulas), en donde me negué a dar una conferencia.

– Las mujeres norteamericanas sienten una admiración ferviente por nuestra aristocracia y se convierten en un duro golpe permanente contra los principios republicanos; su incorporación a la sociedad resulta inquietante para todas las duquesas que tienen hijas.

– En general, las jóvenes americanas resultan encantadoras y puede que el secreto principal de dicho encanto sea que nunca hablan en serio, excepto con su modisto, y nunca piensan en serio, excepto cuando se trata de entretenerse. Sin embargo tienen un defecto terrible: sus madres. 

– Desde sus primeros años, todos los niños norteamericanos invierten la mayor parte de su tiempo en corregir las faltas de sus padres. En realidad podemos decir que ningún niño americano es capaz de cerrar los ojos ante las deficiencias de sus padres, por mucho que los quiera.

– En general, el gran éxito del matrimonio en Estados Unidos se debe en parte al hecho de que no hay americanos inactivos, y en parte a que jamás se hace responsable a la esposa americana de la calidad de las comidas de su marido.

– El americano vive saludablemente libre de cualquier prejuicio anticuado y consigue que cualquier visitante casual se sienta como el invitado preferido de una gran nación.

Acusado de sodomía, condenado a dos años de trabajos forzados, que inspiraron el testimonio desgarrador de Balada de la cárcel de Reading y De profundis, arruinado y abandonado por esposa e hijos, Oscar Wilde, convertido en Sebastian Melmoth, residió y falleció en París, en donde conoció a algunos de los personajes literarios de su tiempo. Cuenta su biógrafo Frank Harris que, al serle presentada la factura del médico, comentó: “Supongo que tendré que morir por encima de mis posibilidades”. Tal como había vivido, parece oportuno añadir.