“El país es lo que es y no hay mejor prueba que la miseria con la que se ha recordado el nacimiento de Ataúlfo Argenta, el más grande director de orquesta español y la más rutilante promesa internacional de la época” (Alberto González  Lapuente)

Miguel Fernández de los Ronderos
Miguel Fernández de los Ronderos

Ataúlfo Argenta (1913-1958), alma máter de la Orquesta Nacional de España, en la que dejó su impronta, que aún perdura, así como del Festival Internacional de Santander con sus ciclos de las sinfonías beethovenianas, había conseguido en poco tiempo codearse con los más grandes directores de orquesta internacionales y las formaciones más importantes; una brillante trayectoria que, en opinión -más que autorizada- de Jesús López Cobos, exdirector de la ONE, “de no haber sido truncada por su prematura muerte podría haberle equiparado a Celebidiche, Bernstein o Karajan, pues Argenta poseía todos los factores para triunfar: carisma, preparación e intuición”. De no haberse malogrado tan joven (estaba en conversaciones con la Filarmónica de Viena para grabar las sinfonías de Brahms), hubiera sido uno de los grandes del siglo XX, como lo prueba el hecho de que iba a ser nombrado, nada menos, sucesor de Ernest Ansermet al frente de la Orquesta de la Suisse Romande. Afirmaba Argenta -en contra del criterio oficial- que los compositores vivían de espaldas al movimiento musical de los tiempos  y que “no se podía seguir viviendo de Albéniz y Granados”, que era preciso abrir las ventanas al mundo exterior, pues “por mucho que queramos  aupar ciertos nombres y obras, la verdad es que no resisten al contacto con los aires que en el mundo corren”, una actitud que chocaba con el Régimen que, en boca del ministro Ruíz Giménez, amenazó con aquello de”… nosotros somos capaces de fabricar otro Argenta mañana mismo”.

Fabuloso pianista, Argenta se encontraba en la cima de una carrera  que duró 13 años, con un total de 900 conciertos, 600 títulos en repertorio e invitaciones de 40 orquestas europeas, siendo comparado con Toscanini y Fürtwangler. Su legado va de Schubert a Brahms, sin olvidar el repertorio nacional con difusión de los contemporáneos y de la zarzuela, todo ello plasmado en grabaciones discográficas que, como afirma González Lapuente, “hacen valer su precisión rítmica, apasionada expresividad, brillo, sonido acabado y grandeza”.

En cuanto a su hijo Fernando, un ser “fraternalmente bueno e incorruptible”, puede afirmarse que dedicó su vida a la difusión de la música y a la custodia de la memoria de su padre, cuya prematura desaparición afectó sensiblemente sus etapas de adolescencia y juventud. Antiguo roquero, miembro de Micky y Los Tonys, grabó discos y protagonizó Megaton Ye-Ye, la primera película roquera española. Posteriormente, ya en Radio Nacional, se incorporó a “Clásicos populares”, auténtico éxito con el que logró llevar la música clásica a niveles de popularidad difícilmente imaginables, tal es el caso de “El conciertazo”, nombrado por la Corporación Multimedia como uno de los diez mejores programas de la televisión española. Por su intensa y destacada labor recibió Fernando Argenta dos premios Ondas, el Montecarlo y el APEI de radio, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y el Tambor de san Sebastián.

Fernando Argenta enseñó a amar la música (recordemos su famoso “¡Viva la música clásica”! a través de programas inolvidables que, como el popular ‘conciertazo’ deberían ser de obligada inclusión y análisis  en nuestros centros docentes, reemplazando tanta clase tostón, atiborrada de plúmbea teoría que, lejos de atraer e interesar a los jóvenes, más parece actuar como elemento de disuasión, ‘espantando a la clientela’, pues se olvida que el objetivo fundamental de la enseñanza musical debe ser educar el oído y  estimular la sensibilidad. En ello consiste, nada más y nada menos, que el necesario relevo generacional, que no parece producirse.

 

Miguel Fernández de los Ronderos

agendaempresa@agendaempresa.com