– Coreografía: Ben Van Cauwenberg
– Música: S.Prokofiev
– Dirección musical: Johannes Witt . Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
– Bailarines: Breno Bittencourt, Yanelis Rodríguez, Davit Jeyranyan, Moisés León Noriega, Wateru Shimizu, Yusleimy Herrera, Nwarin Gad y Dernis Untila.
“Es el deber del compositor, como el del poeta, del escultor o del pintor, servir a sus congéneres, embellecer la vida humana y apuntar el camino hacia un futuro radiante. Así es como yo veo el código inmutable del arte” (S.Prokofiev)
Hay que remontarse a Mme.Nijinska (de quien Diaghilev afirmaba que “no tenía la menor idea”) para encontrar, en opinión de Serge Lifar, uno de sus ballets más afortunados (se refiere a Romeo y Julieta) desde el punto de vista clásico en aquellos años fecundos que precedieron a la guerra y en los que los coreógrafos intentaban realizar las síntesis de las danzas folklóricas y de la pantomima. La obertura-fantasía Romeo y Julieta de Chaikovski -antecedente de esta visión panorámica de la tragedia de Verona- da paso a la aparición de uno de los ballets más representados en el mundo. Para los bailarines, esta materia lírica y dramática supone una preparación no solamente técnica, sino también, sobre todo, psicológica, ya que se trata de un ballet muy complejo y a la vez muy simple que pone en juego las bellezas y debilidades del corazón. ¡Qué admirable cuadro el de la “Serenata de las mandolinas”! ¡Qué admirable página la “Sinfonía clásica”, que integra una parte importante del ballet y se convierte en el “Baile en casa de los Capuletos”!
Asombra, en primer lugar, la intensidad coreográfica de Cauwenberg, profundo conocedor de Romeo -personaje que ya interpretara en el English National Ballet-, con sus exigencias a todos y cada uno de los bailarines, a lo largo de una trama tensa y prolongada. También la pasión de Yanelis Rodríguez, con su técnica impecable, excelentemente contrastada por Bittencourt (inolvidable el célebre paso a dos del primer acto), así como los bailarines Jeyranyan, León y Shimizu, asombrosos por su precisión técnica e interpretativa, por no mencionar las actuaciones sobresalientes de Untila (padre Lorenzo,) Gorelcikova (madre de Julieta) o Herrera (nodriza), papeles en apariencia secundarios a los que Van Cauwenberg exige altísimas prestaciones, con especial atención a la mímica, aspecto esencial y no siempre cuidado en los ballets clásicos. Convincentes la escenografía y el vestuario, así como la ROSS, sobrada de recursos en un repertorio que domina desde los tiempos ominosos de Halffter. Como bien dicen las notas al programa: estamos ante una velada de ballet intemporal en la cual la Muerte mantiene al Amor vivo.
Miguel Fernández de los Ronderos