Dirección musical: Yves Abel
Producción de escena y escenografía: Víctor García Sierra
Escenografía: Enrico Fontana de Rangoni
Dirección del Coro AA T. Maestranza: Íñigo Sampil
Vestuario: Marco Guyon
Iluminación: Juan Manuel Guerra
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
Producción: Nausica Ópera Internacional de Parma
Directora artística: Yumi Anna Yaginuma
“El gran instinto dramático de Donizetti y su facilidad melódica le encumbraron en el Parnaso de la ópera italiana”. (Francisco García-Rosado)
Efectivamente, mientras que los personajes rossinianos presentan una cierta dignidad burguesa, en Donizetti -heredero directo de la tradición rossiniana- se asiste a la recuperación de las figuras populares de la ópera bufa napolitana, cual sucede en L’ elisir d’amore, “melodrama giocoso”, lectura cómica de Tristán e Isolda, aplicada a la realidad cotidiana. Aquí, la sustitución del famoso filtro de amor por delicioso vino de Burdeos se convierte en una acción inocente y finalmente beneficiosa.
Por otra parte, el amor entre sus protagonistas Nemorino (Joshua Guerrero, gran tenor lírico, expresivo, de voz límpida) y Adina (María José Moreno, con sus impresionantes coloraturas, maravilloso legato y un sinfín de recursos) contrasta con la presencia de un personaje claramente bufo: Dulcamara (Kiril Manolov, impresionante en todos sus aspectos), reconocido benefactor, héroe de la fiesta, sin olvidar a Leonor Bonilla, en su delicado rol de Gianetta, o al engolado sargento Belcore (Massimo Cavaletti). Junto a ellos aparecen algunos elementos típicamente franceses, tales como el ambiente rústico y aldeano, la marcha militar, el tambor… El Coro del Maestranza, en sus múltiples responsabilidades, volvió a ser pieza esencial en el complejo engranaje operístico.
Indudablemente, pocos músicos se hallarán sin duda tan aplaudidos en su tiempo y del que hayan sobrevivido menos obras. Eso sí, L’elisir, con sus enredos e inverosimilitudes, su fina sátira y la fluidez y encanto de la trama, sigue llenando los teatros y complaciendo a un público ahíto, tal vez, de tanto neorrealismo chabacano y tedioso, escaso de talento e incitador al odio en su obsesión ‘revisionista’ -fallido intento de reescribir la historia- y que parece nutrirse en las alcantarillas de la sociedad.
Al éxito de este ‘renovado’ Elisir no es ajena la novedosa puesta en escena, vibrante y colorista, inspirada en la serie El circo de Fernando Botero, una especie de telón de fondo tan sorprendente como oportuna que, ciertamente, contribuyó a los aplausos y ovaciones del público que llenaba el Maestranza, una institución cuyo sólido prestigio, adquirido a lo largo de 25 años de búsqueda de la excelencia, atraviesa una etapa conflictiva, llena de interrogantes e incertidumbre. Ante circunstancias tan adversas es aún más meritorio mantener intacta la capacidad de convocatoria, refrendada por una asistencia tan numerosa como entusiasta -con excepción de los políticos, que siguen ‘haciendo novillos’-.
Miguel Fernández de los Ronderos