La Fundación Focus acoge en el Hospital de los Venerables Velázquez. Murillo. Sevilla, comisariada por Gabriele Finaldi, director de la National Gallery y que cuenta con la colaboración especial del Museo del Prado, del Ayuntamiento de Sevilla, organizador del Año Murillo, de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

A través de las 19 obras seleccionadas, el comisario propone una innovadora reflexión sobre la relación- ideal más que directa- entre los dos maestros con una serie de cruces y poniendo especial énfasis en los puntos de encuentro propiciados por Sevilla, una ciudad cosmopolita, culta y devota en la que la pintura era seña de identidad y motivo de orgullo cívico.

Ambos pintores nacieron en Sevilla con menos de una generación de diferencia, Velázquez en 1599 y Murillo en 1617 y en ese ambiente se formaron como artistas. Su inteligencia pictórica, su sensibilidad a la luz, la forma y la textura, así como la personalidad y dotes narrativas de ambos se gestaron en la capital hispalense. El virtuosismo técnico de los dos pintores les permitía enfrentarse a cualquier tema o género, ya fuera una aparición sobrenatural o una escena de la vida cotidiana.

Velázquez abandonó su ciudad natal en 1623 y se trasladó a Madrid para hacer una carrera deslumbrante al servicio de Felipe IV y de su entorno, en un ambiente internacional y muy competitivo, donde entró en contacto con las escuelas de pintura italiana y del norte de Europa que estaban muy presentes en las colecciones reales de la capital. Viajó dos veces al país transalpino y pintó cuadros de historia y mitología, y algo menos escenas religiosas.

20161107_np_img3_HRMurillo desarrolló toda su carrera profesional en Sevilla. Tuvo numerosos clientes en la ciudad, desde órdenes religiosas y cofradías, pasando por peticiones de la Catedral y de sus canónigos y parroquias. Pintó muchos cuadros de devoción para uso privado y público, por encargo y para la venta. Las escenas narrativas profanas y la forma humana desnuda están prácticamente ausentes de su obra, aunque fue un buen retratista. Se supone que viajó varias veces a Madrid, que fueron relevantes para su estilo pictórico, pero nunca salió de España. Mientras que Velázquez pintó 130 obras en casi cuatro décadas, Murillo realizó más de 400 composiciones en un período similar, y de él se  han conservado un mayor conjunto de dibujos.

En la exposición, que permanecerá abierta hasta el 28 de febrero de 2017, Gabriele Finaldi, su comisario, plantea una reflexión innovadora, no revisionista, sobre las áreas de interés común en la producción pictórica de Velázquez y de Murillo: el tratamiento de asuntos y temas similares, y quizás más en concreto de los propiamente sevillanos.

A partir de ahí profundizaron en la pintura narrativa, comparando el empleo del color y el tono, y orientando la atención hacia procesos pictóricos comparables y resultados artísticos paralelos. Probablemente, Murillo se interesó por los más de 20 cuadros que Velázquez pintó en su etapa sevillana pero la mayor parte de los historiadores del arte creen que el autor de La Rendición de Breda tuvo una influencia limitada en Murillo.

Afinidades y diferencias 

En la selección de 19 pinturas que componen la exposición, nueve de Velázquez, fechadas entre 1617 y 1656, y las diez de Murillo, datadas entre 1645 y 1680, se pueden admirar la habilidad de ambos para comunicarse con el espectador de una manera directa. A través de una serie de parejas y tríos de obras soberbias se ven las nuevas iconografías de devoción, o las innovadoras formas de fijar la vida cotidiana y la intimidad familiar, desarrolladas por Velázquez y Murillo.

En las diferentes conexiones propuestas se incluyen aspectos esenciales de la pintura sevillana: el tratamiento de ambos en la representación de la Inmaculada Concepción, en las patronas de la ciudad, Santa Justa y Santa Rufina; en los apóstoles o en el San Pedro Penitente, por citar algunos ejemplos.

En el Hospital de los Venerables pueden verse juntas, por vez primera, las dos Inmaculadas de Velázquez, la de la National Gallery, pintada en 1619 y la de la colección de la Fundación Focus, hacia 1618-1620. El autor de Las Meninas fue pionero en el modo de representar la imagen de la Inmaculada, libre de las ataduras de sus contemporáneos, uniendo las condiciones terrenales y celestiales de la Virgen, a través de efectos naturales, tanto en el modo de fijar las carnaciones como en el delicado tratamiento de la luz y la nube diáfana.

Contemplando ambas representaciones, el diseño de la figura de la Virgen es más escultórico en la de la Colección Focus mientras que en la de la National Gallery se va tornando más abierto, con una ejecución naturalista e individualizada de un modelo real. Ambos óleos fueron pintados cuando Velázquez no había cumplido 20 años.

Murillo llegó a ser el intérprete por excelencia de la Inmaculada y, junto a esas dos obras de Velázquez, se puede admirar un óleo suyo nunca expuesto en España: la Inmaculada Concepción perteneciente al Nelson Atkins Museum de Kansas City, fechada en 1670 y semejante en tamaño, que comparte una actitud de modesta introspección, aunque esté rodeada por una multitud de ángeles juguetones, el tono de la pintura es mucho más luminoso que los sombrías escenas de Velázquez.

Otro trío de pinturas de gran interés lo constituyen las representaciones de las santas patronas de Sevilla: Rufina y Santa. A la Santa Rufina de la Fundación Focus, pintada por Velázquez en 1635 se unen Santa Justa y Santa Rufina, dos óleos de Murillo pintados hacia 1660, procedentes del Museo Meadows de Dallas, que es la primera vez que se exhiben en Sevilla. En estas dos últimas obras, Murillo revela sus dotes compositivas, y mientras Santa Justa eleva la mirada al cielo, Santa Rufina la dirige al espectador. Hay devoción y belleza en la pareja de santas y una gran variedad cromática.

Y dentro de la iconografía religiosa destaca la intensidad emocional de Las lágrimas de San Pedro de Velázquez, hacia 1617-1619, del Fondo Cultural Villar Mir que se confronta con San Pedro penitente de los Venerables de Murillo, de la Fundación Focus, pintado hacia 1678-1680 y que se adquirió a un coleccionista privado del Reino Unido, restaurándose en el Museo del Prado, y que ha vuelto al lugar que ocupaba en  el Hospital de los Venerables. Y, por último,  el marcado naturalismo de Velázquez en Santo Tomás, hacia 1618-1620, del Museo de Orleans, que influyó en el Santiago Apóstol de Murillo, pintado hacia 1655-1660, propiedad del Museo del Prado

Un juego muy sutil se da entre La Adoración de los Magos, 1619, de Velázquez junto a la Sagrada Familia del pajarito, 1650, de Murillo, ambos del Museo del Prado y restaurados para la exposición, con una aproximación que nos revela cómo ambos empleaban un lenguaje naturalista similar y una paleta comparable, explorando la psicología de las relaciones familiares, más contenido en Velázquez y más emotivo en Murillo; o entre La Infanta Margarita de blanco del Kunsthistorisches de Viena, pintado hacia 1656, que se expone en una relación ideal con Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, 1655, como si ésta fuera una escena cortesana donde la virgen niña semeja una pequeña princesa.  Ambos artistas  contribuyeron sustancialmente a la tradición de la pintura de género europea con escenas de gente humilde en entornos modestos y cotidianos, a menudo en compañía de algún elemento de bodegón sobresaliente.

A finales de la década de 1610 y a comienzos de la siguiente, Velázquez pintó un grupo de pinturas de género que impresionan por su destreza en la imitación de la realidad natural, Dos mozos comiendo, hacia 1622, es una de ellas, procedente de Apsley House, The Wellington Collection en Londres. Es una escena de gente humilde en un interior austero, caracterizada por una paleta de colores terrosos que subrayan los volúmenes y esa serie de reflejos en utensilios de cocina, tan enraizado en la pintura popular sevillana. Junta a esta obra, dos composiciones de Murillo: Niño espulgándose, hacia 1645-1650, del Museo del Louvre, que da la impresión de haberse adherido conscientemente a la tradición establecida por Velázquez; y Tres muchachos, fechada hacia 1670, procedente de la Dulwich Picture Gallery, donde capta una escena más incierta de las relaciones sociales y raciales en la Sevilla posterior a la peste de 1649.

A Velázquez y a Murillo les preocupó dejar la impronta de su aspecto físico y del reconocimiento social, siempre con porte digno, casi aristocrático, como se puede observar en los tres autorretratos del primero, incluyendo el de Las meninas, o en los dos de Murillo. En la exposición se confrontan el Autorretrato juvenil (1623) de Velázquez, propiedad del Prado, mientras que de Murillo podemos admirar el Autorretrato de la Frick Collection, recientemente adquirido por la colección neoyorquina. La imagen del pintor está pintada sobre una losa fingida de piedra, porque su fama es como la piedra, indestructible y eterna.