6º concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla
Violín: Patricia Kopatchinskaja / Director: John Axelrod
Obras de Rossini, Chaikovski y R. Strauss
Teatro Lope de Vega, 1,2 y 3 de febrero de 2019

“I may not be a first-rate composer, but I am a first-rate second-rate composer!”

(Richard Strauss)

Richard Strauss es una figura que introduce en el s. XX las corrientes del viejo mundo romántico. Experto, pues, en la creación musical romántica, el autor de Salomé se distingue en seguida por una cualidad esencial que lo diferencia de todos sus contemporáneos poswagnerianos y posbrahmsianos: su naturaleza musical revela más afinidades electivas con el poema sinfónico de Liszt que con el drama wagneriano, lo cual no fue óbice para que Cosima Wagner le invitara a dirigir Tannhaüser en Bayreuth. Strauss, con su “orquesta opulenta”, considera la música como ilustración y representación de la realidad. La Sinfonía alpina, en un único movimiento, describe “un paseo por los Alpes bávaros desde el final de la noche hasta que el cielo vuelve a oscurecerse y reina nuevamente el silencio”.

Así lo entendió Axelrod, meticuloso y fiel intérprete de una música tan descriptiva como extraña, aún hoy, para el melómano convencional que no acaba de asimilar la ambigüedad de una de las figuras imprescindibles del siglo XX, colaborador musical en los Juegos Olímpicos de 1936 pero también defensor de una ética que estaba por encima de las convenciones de la época. Su noble defensa del escritor Stefan Zweig en tiempos de zozobra disipa cualquier duda al respecto.

Hace unos años pudimos escuchar en el Maestranza el endiablado Concierto para violín en Re mayor, op.35 de Chaikovski, un ‘clásico’, si así lo consideramos. Como entonces, el público aplaudió con ruidoso entusiasmo tras… el primer movimiento, lo que indica falta de costumbre y buenas dosis de ignorancia…  Es cierto que estamos ante un concierto ‘imposible’, inimaginable en sus mil y una -permítaseme el término- “acrobacias”, resueltas, hoy, con sorprendente maestría por la jovencísima violinista Patricia Kopatchinskaja, que levantó oleadas de entusiasmo tras una exhibición de infrecuente y hondo virtuosismo en una obra diabólica, quasi “ininterpretable”, permítaseme la expresión. Sonido transparente, afinación portentosa, límpido fraseo son algunas de las virtudes  que auguran a Kopatchinskaja un futuro más que prometedor en el firmamento violinístico, siempre necesitado de figuras capaces de cautivar al público más exigente.

Excelentes la ROSS y Axelrod, incluida la compleja obertura de Guillermo Tell, de aparente facilidad, aunque “llena de trampas”, al decir de un joven director sevillano, buen conocedor del enrevesado mundo rossiniano. Gran velada, insisto, que contó con un público entusiasta, más numeroso que en otras ocasiones. Y es que, como decía Stravinski, “la música no sólo hay que oírla; además hay que verla”.

 

MFR