Como afirma el crítico Luis Gago, Verdi y Wagner se erigieron en los hitos de la ópera moderna, si bien Verdi, implacable cronista de la decadente burguesía -que, curiosamente, le adoptaría-, concebía aquélla como un género intrínsicamente popular que buscaba consolar al hombre más que transformarlo, como pretendía Wagner. En Aída, nos hallamos ante una ópera de complejas perspectivas, que van más allá de una puesta en escena deslumbrante que se atiene a la fidelidad histórica y en donde Verdi presenta una tragedia moderna, casi intimista (especialmente perceptible en los actos III y IV), sucedida entre los poderosos del mundo, un espejo de la condición humana  que establece con el público una comunión de sentimientos que le lleva incluso a verse reflejado en algún momento de su vida.

Aída, acto I
Aída, acto I

El Teatro de la Maestranza, superando obstáculos de toda índole -incluida la animadversión de algún que otro medio, sistemáticamente hostil-, ha ‘rescatado’, con buen criterio, una suntuosa producción del Gran Teatro del Liceo de Barcelona en coproducción con el Festival Internacional de Música de Santander, en la que sobresalen la escenografía de Mestres Cabanes, maravillosamente restaurada y adaptada por Jordi Castells, la excelente dirección escénica de José Antonio Gutiérrez, el vestuario de la oscarizada Franca Squarciapino -una autoridad mundial-, la coreografía de Ramón Oller, el Coro de la AA del Maestranza, siempre a la altura de las expectativas, dirigido por Íñigo Sampil, y la más que experta dirección musical de Pedro Halffter, eficiente gestor de tantas veladas inolvidables al que, más tarde o más temprano, echaremos en falta. En cuanto al elenco vocal, destacaría el registro amplio y nítido de la soprano Tamara Wilson, el dramatismo de la mezzo María Luisa Corbacho, el vigor y rotundidad del bajo Dmitry Ulyanov, a quien recordamos gratamente de anteriores actuaciones, al barítono Mark S.Doss y al tenor Manuel de Diego. En cuanto a Radamés (Alfred Kim), se trata de un personaje que exige acentos épicos, de vocalidad generosa y delicados matices, sin lo cual es difícil salvar la dificultad de Celeste Aida, auténtica piedra de toque, temible, además, por su situación justo al inicio, con la voz aún fría. Poco convincente el bajo Carlo Malinverno, padre de Amneris, aunque nada de ello enturbia el éxito indiscutible de uno de los espectáculos más completos y cautivadores en la  ya extensa trayectoria lírica del Maestranza.

Miguel Fernández de los Ronderos

 

ALICIA ALONSO BALLET NACIONAL DE CUBA

Éxito clamoroso de GISELLE y COPPÉLIA

El Ballet Nacional de Cuba, indisolublemente vinculado a la egregia figura de Alicia Alonso, ha reestrenado, con éxito apoteósico, dos obras maestras de la danza: Giselle, del fecundo Adolphe Adam, paradigma del ballet blanco, con sus seres fantasmagóricos, sus abstractas Willis, su gracia rítmica y su riqueza melódica, y Coppélia, del también francés Léo Delibes, discípulo del propio Adam, bellísimas historias ambas que sigue cautivando al público, como lo demuestra el hecho de que se agotaran las localidades para ambas funciones. Pero el éxito clamoroso del Ballet Nacional de Cuba no se explicaría sin el longevo magisterio de su directora, Alicia Alonso, una de las personalidades más relevantes en la historia de la danza, con infinidad de distinciones, premios y menciones honoríficas de rango internacional que configuran la enorme personalidad de quien no sólo ha sido inspiración y guía para la formación de varias generaciones de bailarines cubanos sino una auténtica cima del ballet clásico. En palabras del crítico Roger Salas “se ha hablado siempre en los últimos cincuenta años de Giselle antes y después de Alicia Alonso”, que ha hecho de esta obra la muestra más alta de la versatilidad y el altísimo nivel de la compañía. Otro tanto podría decirse de Coppélia, un ballet cuyas grandes exigencias técnicas, rayanas en un virtuosismo de alta escuela, engrandecen la genial coreografía de Marius Petipa, maravillosamente reinterpretada por el talento -y el respeto-  de Alicia Alonso.

Giselle
Giselle

Del amplio elenco, pleno de jóvenes talentos que garantizan la continuidad de una ya larga trayectoria de prestigio internacional, cabría destacar, por su técnica refinada y dotes interpretativas a Anette Delgado, Viengsay Valdés, Dani Hernández o Víctor Estévez, aunque el éxito debe hacerse extensivo al resto de los componentes del Ballet Nacional de Cuba y, muy especialmente, como digo, a Alicia Alonso, cuya presencia en el escenario fue objeto de  ovaciones estentóreas por parte de un público emocionado que creía asistir a una efeméride tal vez irrepetible.

Miguel Fernández de los Ronderos