El Teatro de la Maestranza registró un lleno absoluto -como es habitual cada vez que Ainhoa Arteta, una de las grandes figuras de la lírica internacional acude a nuestro coliseo- en este homenaje en torno a la figura de uno de los intelectuales más cosmopolitas e influyentes de todos los tiempos que, curiosamente, escapa a la admiración popular en su faceta de músico.

AINHOA ARTETAComo nos recuerda Rafael Banús en sus excelentes notas al programa, resulta llamativo que “quien se ha alzado con el merecido calificativo de genio de nuestras letras, no deje de ser aludido constantemente como nombre de referencia imprescindible en el panorama musical del primer tercio del siglo XX”. Porque es un hecho que Lorca se sintió músico más que poeta o dramaturgo, a lo que contribuyó su profunda amistad con Falla, quebrada a raíz de una oda que el gran -y piadoso- músico gaditano consideró irreverente.

Alguien ha dicho con respecto a la canción que la música española ha corrido el riesgo de dejarnos sin dúos de amor, dada la indudable carencia de rasgos líricos en nuestra música, atraída, tal vez, por otros nortes y móviles, lo cual ha motivado un sensible retraimiento de nuestros compositores y, sobre todo, de los cantantes, hacia el entrañable mundo de la canción, el jugoso huerto del lied.

Ainhoa Arteta recorrrió páginas de Mompou, cuya música mediterránea, clarísima de estructura y de melodía, “del corazón para el corazón, una música de todos los días” (Cocteau), rebosa intimismo;  Montsalvage, de expresión nada pintoresca, salpicada de atrevimientos strawinskianos; García Leoz -prematuramente fallecido- el mejor discípulo de Turina; García Abril, afamado autor de numerosas bandas sonoras de películas y documentales, así como de una voluminosa producción vocal; García Morante, impulsor de armonizaciones de canciones tradicionales catalanas y sefarditas y, por último, Miquel Ortega, de atractivo lenguaje melódico, de cuya producción debe destacarse La casa de Bernarda Alba, la primera escrita en castellano sobre el drama lorquiano.

Ainhoa Arteta, que se siente admirada y especialmente apreciada por el público sevillano, explayó las virtudes que han hecho de ella una de las sopranos más cotizadas del actual panorama internacional: amplio volumen, seguridad, fraseo delicado, ‘picardía’ … que resaltaron aún más, si cabe, en los ‘extras’ , cuya elección no pudo ser más afortunada: Cantares de Turina, habanera de Carmen, para finalizar su rutilante recital con la apoteósica “De España vengo”, esa especie de afirmación patriótico-lírica , universalmente retratada en ”El niño judío” de Pablo Luna.

Una escenografía minimalista -azul intenso, altar con llamas encendidas, ofrenda floral- debida a Jorge Cardarelli-, la presencia del baile y la impecable colaboración de Rubén Fernández, pianista de sólidos recursos que le hacen imprescindible  junto a grandes figuras de la lírica, todo ello contribuyó  al esplendor de una velada desbordante de entusiasmo e ilusión.

 

 Miguel Fernández de los Ronderos